Los refugiados de Mariel encuentran su camino en el Medio Oeste

Becoming a Wisconsinite

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Marcos Calderón
Marcos Calderón en La Crosse, Wisconsin, en abril de 2021. Angela Major/WPR

Episode 6: English translation

Una tarde cálida y soleada de abril de 2021, a lo largo del lago de Brittingham Park en Madison, hay gente reunida bajo un refugio decorado con globos y banderas cubanas.

Las mesas están llenas hasta el borde con frijoles negros y arroz, plátanos y carne de cerdo desmenuzada. Familiares y amigos están sentados muy cerca en círculos, hablando unos con otros. 

Los músicos sacan guitarras y congas y empiezan a tocar mientras que otros salen a la pista de baile. Armando Rodriguez, Rodosvaldo Pozo, Osvaldo Durruthy y Ernesto Rodriguez estaban todos allí.

Celebraban la vida de Jesus Cisneros-Hernandez, ávido jugador de ajedrez y muy querido hombre de familia. Se había mudado a los Estados Unidos desde Cuba con su padre en 1981, un año después del éxodo de Mariel. A la larga se estableció en Madison.

Cubanos de todas partes de Wisconsin viajaron al parque para recordar a Jesus, que tenía 71 años cuando murió de cáncer de próstata, y brindar apoyo a su esposa, hijos y nietos.

Este grupo se compone de una generación multirracial más joven de habitantes de Wisconsin que acepta con entusiasmo su herencia cubana. Toman fotografías de las personas mayores cubanas y de las gigantescas banderas cubanas. 

Había también personas que no eran cubanas: personas nativas de Wisconsin cuya vida había sido marcada por la experiencia del éxodo cubano al estado, como Brian Brandstetter, que es de Sparta. 

Brandstetter conoció a Erne Rodriguez, a quien llaman Erne, en una cocina de Fort McCoy, donde muchos cubanos vivieron en el verano y el otoño de 1980 después de llegar a los EE. UU. como parte del éxodo de Mariel.

Los refugiados de Mariel no podían salir de Fort McCoy sin que un familia o un patrocinador los avalara, porque estaban clasificados según una nueva designación inmigratoria: el Programa de entrada cubano y haitiano. Cerca de 15,000 personas de Fort McCoy necesitaban encontrar familiares o patrocinadores.

Los patrocinadores proporcionaban a los refugiados alimentación, alojamiento y ropa. También ayudaban a los refugiados a navegar por el sistema estadounidense, con cosas como llenar documentos para solicitar tarjetas de residencia y permisos de trabajo.

El viaje de Erne a los EE. UU. no había sido fácil. A la larga, sin embargo, encontró una familia que no solo lo patrocinó, sino que le brindó cariño e interés en su bienestar. Y lo ayudó a empezar una nueva vida en Wisconsin.

Ernesto Rodriguez, Brain Bredstetter and Rodosvaldo Pozo
Ernesto Rodriguez, Brian Bredstetter y Rodosvaldo Pozo en Brittingham Park en Madison en abril de 2021. Maureen McCollum/WPR

Erne y los Brandstetter

Después de irse de McCoy, Erne se mudó a la casa de los Brandstetter, quienes lo patrocinaron.

“Erne es mi hermano de otra madre”, dice Brian Brandstetter. 

Erne añadió: “Somos buenos amigos. Somos buenos hermanos porque lo quiero como si fuera mi propio hermano”.

“He sido tu hermano por más tiempo que el que no lo fui”, respondió Brian.

Annette y Roger Brandstetter, los padres de Brian, se convirtieron en patrocinadores de Erne en 1980, cuando él tenía 24 años. 

Brian, que tenía 20 años en 1980, dice que compartía la ropa con Erne, y que Annette y Roger le compraban a Erne lo que necesitaba: en la familia, se querían unos a otros.

“Ella era la mejor madre posible … Yo nunca había tenido una madre”, dice Erne.

Todos los años para el cumpleaños de Erne, Annette lo llamaba para decirle que viniera a buscar sus regalos: dinero y una torta de piña invertida. Si bien Erne no aceptaba los regalos, Annette los seguía ofreciendo, incluso para navidad. 

“Tengo suerte, muchísima suerte”, añade, “porque me dieron todo. No necesitaba nada. Me dieron todo”.

Brian trabajaba como cocinero en Fort McCoy durante el verano de 1980. Estaba estudiando administración de restaurantes de hoteles en la University of Wisconsin-Stout. Dice que trabajar en las barracas e interactuar con miles de cubanos fue un choque cultural para él. 

“Nosotros (el personal de Fort McCoy) estábamos allí antes de que llegaran los cubanos, así que tuvimos una semana para prepararnos y familiarizarnos con las cosas”, dice Brian. “Era raro porque… Soy de la pequeña Sparta en Wisconsin. Y veía a toda esa gente que hablaba otro idioma. Estábamos todos un poco asustados”.

“Y luego el grupo de cerebros de Fort McCoy pensó, ‘Bueno, les damos hamburguesas y perros calientes y listo’. Y la reacción de ellos fue algo como, ‘¿Qué es esta porquería?’” Continúa Brian.

Algunos de los cocineros, como Brian, empezaron a preguntar qué tipo de comida preferían los refugiados cubanos. Y aprendieron a preparar platos como congrí, fricasé de pollo y puré de patatas.

Fue durante ese tiempo que pasaron juntos en las cocinas de Fort McCoy cuando Erne y Brian, y Joe, el hermano de Brian, establecieron vínculos profundos.

Más adelante, los hermanos alentaron a sus padres a patrocinar a refugiados cubanos de Fort McCoy.

A black and white photograph of Roger and Annette Brandstetter
Roger y Annette Brandstetter. Fotografía tomada por el fotógrafo del La Crosee Tribune Steve Noffke. La fotografía se publicó el 2 de junio de 1985 como parte de “The Cuban Odyssey” (La odisea cubana) del La Crosse Tribune. Fotografía cortesía de las Murphy Library Special Collections/ARC, University of Wisconsin-La Crosse

“Era como que, ‘los teníamos que sacar de allí. Son gente demasiado buena. Los van a mandar a Fort Chaffee. Van a terminar en el sistema. Algunos de ellos podrían hasta tener que volver a la cárcel”, explica Brian. “Así que mis padres, que tienen un gran corazón, abrieron la puerta. Y mi padre tenía una perspectiva muy optimista. Estaba con que, ‘Les vamos a enseñar inglés. Los vamos a llevar a la iglesia. Les conseguiremos trabajo”.

En realidad, Erne ya había tenido otro patrocinador antes de los Brandstetter. Él y uno de sus amigos se habían mudado a la casa de una pareja en Sparta y habían vivido allí por un mes. 

Pero dice Erne que la novia del patrocinador no quería que hubiera cubanos negros viviendo en la casa de ellos. Así que se fueron, sin lugar al que ir más que de vuelta a Fort McCoy. 

Erne y su amigo estaban caminando por Main Street en Sparta, de camino de vuelta del campo, cuando vieron a Annette pasar en automóvil. Erne le contó acerca del conflicto con su patrocinador mientras ella estaba sentada en el asiento del conductor.

“Y ella dijo, ‘Ustedes no van a Fort McCoy… Suban al auto”, recuerda Erne. 

Al final, los Brandstetters patrocinaron a cuatro refugiados cubanos oficialmente y dejaron que otro vivera con ellos, todos varones. Los muchachos ayudaban con las cosas de la casa y en el jardín. Y estaban felices con su nuevo hogar.

Roger and Annette Brandstetter with the four refugees they officially sponsored
Arriba, de izq. a der.: Jesus Hernandez, Roger Brandstetter, Annette Brandstetter y Ernesto Rodriguez. Abajo, de izq. a der.: Jorge Perez y Carlos Cruz. Fotografía cortesía de Brian Brandstetter

La historia de los Brandstetter y Erne es un perfecto ejemplo de solidaridad racial dentro y fuera de Fort McCoy, dice Omar Granados, profesor asociado de español y Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Wisconsin- La Crosse y copresentador de “Uprooted“. A pesar de la imagen de los refugiados de Mariel en la prensa y las historias acerca del racismo en las comunidades dentro de Fort McCoy, había cubanos negros y estadounidenses blancos que se llevaban bien y compartían sus culturas.

Como las relaciones de los Brandstetter con las personas que patrocinaban eran fuertes, eso ayudó a que Erne y los demás se adaptaran a la nueva vida en Sparta.

Los refugiados que se quedaron con los Brandstetter pudieron obtener empleos. Roger los contrató para que trabajaran en su concesionario de automóviles, Sparta Motors. Fue una gran cosa, ya que no siempre era fácil para los cubanos encontrar trabajo debido a racismo y al estereotipo de que los refugiados de Mariel eran delincuentes.  

También fue importante porque fue una de las primeras veces que los refugiados cubanos tuvieron dinero en el bolsillo, dice Granados. Los habían criado en el comunismo y ahora tenían que entender el capitalismo.. Obtener un empleo y aprender cómo usar el dinero les facilitó la transición a los EE. UU., añade. ​

Roger también ayudó a Erne a obtener su tarjeta de residente, que era algo que se suponía que los patrocinadores hicieran. 

Pero no todos los patrocinadores ayudaron a los refugiados a adaptarse a la vida en los EE. UU., lo que hizo que muchos refugiados quedaran en el limbo después de salir de Fort McCoy.

Algunos patrocinadores simplemente no comprendían cómo navegar los sistemas legal e inmigratorio, dice Granados. No sabían qué trámites tenían que hacer los refugiados y recibieron muy pocas instrucciones del gobierno federal. Estaba también la barrera del idioma.

Algunos patrocinadores solo lo hacían para su propio beneficio, añade Granados. Los patrocinadores recibían hasta $1,000 para ayudarlos a pagar alimentos y ropa. Algunos se guardaban el dinero para ellos, no brindaban apoyo, y echaban a los refugiados de su casa bastante rápido. En algunos casos, granjeros y gente de otros negocios forzaban a los refugiados a trabajar por muy poco dinero. 

Y había también familias y refugiados que simplemente no eran compatibles. Otras veces, algunos refugiados se aprovechaban de sus patrocinadores o no comprendían su nueva cultura.

Pero los Brandstetter se desempeñaron como patrocinadores para beneficiar a gente como Erne, no a sí mismos. Y, de hecho, dar la bienvenida a refugiados de Mariel a su comunidad mayoritariamente blanca les terminó costando. 

“Intentaron llevar a los cubanos a la iglesia, y la gente los miraba de un modo… Si sabes cómo es esa parte del estado… y en los años1980, había encima menos educación y más ignorancia”, dice Brian. 

“Mis padres perdieron a muchos de sus amigos de derecha, porque les preguntaban, ‘¿Cómo pudieron hacer esto? Los dejaron entrar en su casa. Les dieron trabajo’”, continúa, agregando que su madre era severa y se ponía a la defensiva; en consecuencia, hizo algunos enemigos. 

Brian Brandstetter and Ernesto Rodriguez in the early 1980s
Brian Brandstetter y Ernesto Rodriguez a principios de los 1980. Fotografía cortesía de Ernesto Rodriguez 

A Brian le resultó difícil tratar de equilibrar sus amistades de la secundaria con su conexión fraternal con los cubanos que su familia patrocinaba. Se encontró frecuentemente en el medio cuando había peleas entre los nativos de Sparta y los exiliados cubanos en los bares.

Brian dice que Erne le enseñó un montón en la vida. No solo a cocinar o a decir algunas malas palabras en español, sino también a cómo ser más abierto en sus ideas. El espíritu optimista de Erne también le enseño a Brian a tomarse algunas cosas más a la ligera, dice.

En cuanto a Erne, el obtuvo otra familia

Ernesto Rodriguez with his two daughters and granddaughter
Ernesto Rodriguez con algunos de su familia. De izquierda a derecha: La nieta de Rodriguez, Olivia; la hija de Rodriguez, Kristina; Rodriguez; y la nieta de Rodriguez, Jazmen. Fotografía cortesía de Omar Granados

“Tenía que adorar a esa familia porque nadie hace tanto por un hombre negro en un país extranjero”, dice Erne.

Y a diferencia de la mayoría de los refugiados de Mariel que llegaron por Fort McCoy, Rodriguez no se estableció en Florida ni se mudó a una gran ciudad. Ha vivido en el alto Medio Oeste durante las últimas cuatro décadas. Ha trabajado en la planta de Hormel Foods en Austin, Minnesota. En La Crosse, ha trabajado en la industria alimentaria y como empleado de mantenimiento. 

También formó su propia familia. Erne tiene tres hijos: dos mujeres y un varón. Y es abuelo. Llama a su nieta “su princesa”. ​

Ricardo Gonzalez y la Cuban Salsa Band

Las personas que patrocinaron a refugiados cubanos que salieron de Fort McCoy no se limitaron a habitantes del sudoeste de Wisconsin. También eran de ciudades como Milwaukee y Madison.

Ricardo Gonzalez es un miembro de larga data del consejo común de Madison y también empresario.

La familia de Gonzalez se fue de Cuba en los años 1960 después de la revolución. A la larga terminó en Wisconsin debido a un trabajo. Gonzalez se enamoró de Madison, donde abrió el icónico Cardinal Bar y el Rick’s Havana Club.

Cuando estaba teniendo lugar el éxodo de Mariel en 1980, Gonzalez era director ejecutivo de la Organización Hspanoamericana basada en Madison. Cuando enviaron a los refugiados a Wisconsin, Gonzalez partió hacia Fort McCoy para ayudar a sus compatriotas cubanos a buscar patrocinadores.

“Y cuando llegué allí, vi a todos esos cubanos, en su gran mayoría hombres, dando vueltas sin nada”, dice Gonzalez. “Cuando los vi, me dolió en lo personal. me sentí herido de que tantos compatriotas míos estuvieran en esa situación. Y pensé, ‘No está bien que esté pasando esto, ¿y qué vamos a hacer al respecto?’”.

Pero Gonzalez no podía patrocinar a todas las personas de Fort McCoy. Gonzalez y su organización decidieron concentrarse en patrocinar familias. También patrocinaron a un pequeña cantidad de mujeres solteras de Fort McCoy, así como a alguna gente de la comunidad LGBTQ+.

“Porque pensé que a mucha gente la enviaban a la cárcel en Cuba por ser homosexual. Justo se había promulgado una nueva ley en Cuba un par de años antes denominada la ley de la peligrosidad. A la gente la podían mandar a la cárcel por ser gay. Y bueno, eso para nosotros no era un delito”, dice Gonzalez.

Gonzalez y la Organización Hispanoamericana encontraron patrocinadores cerca de Madison, si bien Gonzalez dice que la mayoría de los refugiados se fueron de Wisconsin bastante rápido. 

Mientras Gonzalez hacía visitas periódicas a Fort McCoy a lo largo del verano, se enteró de que un grupo de músicos había formado una banda. Como era propietario de clubes nocturnos y le encantaba la música, eso le dio una idea.

“Les prestamos algunos instrumentos y tocaron en un show de beneficencia en Madison. Luego tuvieron que volver a Fort McCoy. Fue ahí cuando decidí organizarlos como banda y patrocinarlos como grupo. Y eso es lo que hizo. Patrocinamos a los 12”, dice Gonzalez.

Ese grupo de 12 músicos se hizo conocido como la Cuban Salsa Band. Gonzalez alquilaba un apartamento para ellos en el centro de Madison. Una iglesia local pagó por nuevos instrumentos y un sistema de sonido para la banda.

Cuban Salsa Band
Integrantes de la Cuban Salsa Band, Ricardo Gonzalez y Susan Kepec en 1980. Fotografía cortesía de Ricardo Gonzalez

“Les di una charla sobre el modo en que la música es el idioma que derriba todas las barreras. Es un idioma internacional. No hace falta que lo sepas hablar. Simplemente lo escuchas y lo sientes. Y ese concepto es lo que me hizo pensar que los músicos cubanos de la Cuban Salsa Band ayudarían a generar buena voluntad hacia los refugiados”, dice Gonzalez.

Gonzalez creyó que una vez que la gente conociera a los músicos, quizás querrían patrocinar a otros refugiados cubanos. Pero se estaba poniendo difícil convencer a la gente de que fueran patrocinadores a medida que pasaba el tiempo. 

Los refugiados estaban navegando una nueva cultura, con nuevos sistemas y reglas. Algunos no sabían cómo pagar la renta o buscar trabajo, lo que a veces daba lugar a conductas delictivas, al menos según las normas estadounidenses, dice Granados. 

“Algunos de ellos estaban vendiendo drogas o interviniendo en peleas. No entendían completamente el alcance de las leyes de los EE. UU. Quizás pensaban que una pelea era solo una pelea y no se daban cuenta del impacto que tenía en alguien como Ricardo (Gonzalez), el propietario de un bar”, explica Granados.

“Al estar los cubanos adaptándose a la vida en los EE. UU., Ricardo (Gonzalez) trataba con las mejores intenciones de ayudarlos a asentarse, pero esos muchachos habían crecido en una Cuba completamente diferente de la que Ricardo recordaba. Era un choque cultural incluso para él”, dice Granados.

Ricardo Gonzalez at the Cardinal Bar in the 1970s
Ricardo Gonzalez en el Cardinal Bar en los años 1970. Fotografía cortesía de Ricardo Gonzalez

Gonzalez empezó a distanciarse de los refugiados. Creyó que algunos de ellos estaban aprovechándose de él y perjudicando sus negocios en el Cardinal Bar.

Su relación con la Cuban Salsa Band se deterioró con el tiempo. Tocaron en shows en todo Madison y por todo el alto Medio Oeste en 1980 y 1981, pero después de un año, la Cuban Salsa Band se disolvió.

Gonzalez dice que todavía se mantiene en contacto con algunos de los músicos. Uno ha logrado hacer una exitosa carrera musical en Chicago. Otros se quedaron en Madison. Algunos terminaron en la cárcel, y otros metidos en la venta de drogas.

Gonzalez y su organización solo fueron capaces de conectar con patrocinadores de Madison a unas pocas decenas de refugiados. Y las familias, como los Brandstetter de Sparta que patrocinaron a Ernesto Rodriguez, solo pudieron ayudar por sí mismas a unos pocos refugiados cubanos.  ​

 Patrocinadores religiosos

La mayoría de los refugiados cubanos salieron de Fort McCoy patrocinados por organizaciones religiosas. La United States Catholic Conference of Bishops (Conferencia Católica de Obispos de los Estados Unidos), previamente denominada United States Catholic Conference (Conferencia Católica de los Estados Unidos), ayudó a colocar a la mayoría de los refugiados de Fort McCoy con patrocinadores; uno de los informes dice que ayudó al asentamiento del 60 por ciento de los refugiados de Mariel, que serían unas 9,000 personas.

Organizaciones luteranas y judías también colocaron a algunos refugiados con patrocinadores, e igualmente lo hicieron organizaciones laicas. Hay organizaciones religiosas que aún el día de hoy lideran el reasentamiento de muchos refugiados en Wisconsin.

Pero esas colocaciones no siempre funcionaron bien. 

Algunos de los refugiados de Fort McCoy eran católicos, pero la gente no podía practicar religión abiertamente en Cuba. Les habían enseñado a desconfiar de la religión. De modo que colocarlos con familias religiosas a veces causaba problemas. 

Lillian Guerra, escritora y profesora de Historia cubana y del Caribe en la Universidad de Florida, dice que no solo se enseñaba a la gente a ser escéptica de la religión, sino que muchos tenían muy pocos conocimientos religiosos.

Lillian Guerra
Lillian Guerra, escritora y profesora de Historia cubana y del Caribe en la University of Florida. Fotografía cortesía de Lillian Guerra

“A los que habían asistido a la escuela en los años 1960 y 1970 se les había enseñado que la Iglesia Católica estaba llena de contrarrevolucionarios”, dice Guerra. “Pero a los protestantes se los demonizaba de maneras muy vacías que no permitían comprender en modo alguno en qué consistía su religión. Y así los cubanos que arribaron en 1980 y fueron luego enviados a hogares protestantes de familias muy, muy religiosas —gente que rezaba en la mesa, llevaba a los refugiados a la iglesia…  y no hablaba español o hablaba un español de misionero muy básico— … o sea, todas las cosas que ellos hacían eran hipertraumatizantes para un refugiado que no sabía cómo comportarse”.

Eso hizo que muchos refugiados dejaran a sus patrocinadores, añade Guerra.

“Cuando entrevisté a los marielitos (refugiados de Mariel), te dabas cuenta de que eran producto de una sociedad altamente vigilada en la que la seguridad nacional era parte de la cultura, y en la que socializar en la iglesia o ir a un grupo de oración se consideraba un tipo de traición ideológica”, dice Guerra. “De modo que la experiencia del comunismo en sí mismo había desmovilizado y desmoralizado a los marielitos. Y luego la experiencia de haber sido acogidos por gente ostensiblemente religiosa… Fue un desastre”.

Los menores y Wyalusing State Park

Los adolescentes no acompañados que vivían en Fort McCoy se transformaron en responsabilidad legal y económica del estado en septiembre de 1980, mediante el Departamento de Salud y Servicios Sociales de Wisconsin. Eso ocurrió más o menos al mismo tiempo que la jueza federal de juzgado de distrito de los EE. UU. Barbara Crabb de Madison dictaminara que se implementaran protecciones adicionales para los menores de Fort McCoy que “hubieran estado sujetos a abuso físico, agresión sexual y restricciones físicas“. También estableció parámetros para sus movimientos dentro y fuera del campo hasta que encontraran familiares o patrocinadores.

Pero cuando llegó la hora de cerrar el campo en noviembre de 1980, había cerca de 90 menores no acompañados que todavía no tenían patrocinadores.

Los enviaron a vivir al Wyalusing State Park cerca de Prairie du Chien: una bellísima parte del estado en la que se encuentran los ríos Wisconsin y Mississippi.

Entre los que fueron enviados allí estaba Armando Rodriguez, que ahora vive en Madison.

“Me gustaba mucho (el Wyalusing State Park) porque estaba libre. Y me sentía feliz”, dice. “Iba a pescar… Y poco a poco, el inglés me empezó a entrar un poco. Allí nunca me metí en problemas”.

Fue como si los adolescentes pudieran por fin distenderse una vez que llegaron a Wyalusing; exhalar con alivio. Algunos habían sufrido abusos en Fort McCoy, y existía la esperanza de que estuvieran mejor protegidos en el Wyalusing State Park.

A black and white photograph featuring unidentified refugees gathered near a bus
Refugiados no identificados se reúnen cerca de un autobús al llegar a Wyalusing. Fotografía tomada por el fotógrafo del La Crosse Tribune William J. Lizdas. Fotografía cortesía de las Murphy Library Special Collections/ARC, University of Wisconsin-La Crosse
Three Cuban youths from Fort McCoy are shown their new quarters at Wyalusing State Park
Tres jóvenes cubanos de Fort McCoy en su nuevo alojamiento en el Wyalusing State Park. Cerca de 85 jóvenes fueron transportados en autobús al campo de cuatro edificios situado cerca del centro del parque de 2,295 acres.  50 miembros del personal de Fort McCoy los acompañaron. Fotografía tomada por el fotógrafo del La Crosse Tribune, William J. Lizdas, el 3 de noviembre de 1980. Fotografía cortesía de las Murphy Library Special Collections/ARC, University of Wisconsin-La Crosse
A black and white photograph featuring an unidentified refugee sitting in the recreation room of the Wyalusing compund
Un refugiado no identificado sentado en la sala de recreación del complejo de Wyalusing. Fotografía tomada por el fotógrafo del La Crosse Tribune William J. Lizdas. Fotografía cortesía de las Murphy Library Special Collections/ARC, University of Wisconsin-La Crosse

John Satory es el dueño de una galería de arte de La Crosse. Después de trabajar en el consultorio dental de Fort McCoy en 1980, fue a trabajar con los menores en Wyalusing, junto con decenas de otros miembros del personal de Fort McCoy. Organizaban actividades, clases e incluso salidas, como ir a hacer patinaje sobre ruedas en High Rollers de La Crosse. 

Mientras estaba en Wyalusing, Armando conoció a alguien que le cambió la vida.

“Había un hombre blanco estadounidense; nos quería mucho y nosotros lo queríamos mucho. Nos llevaba a pescar y a hacer caminatas”, dice. “Y yo le pregunté si algún día podría ser mi padre. Me miró a los ojos y no me contestó. Esa misma noche me llamó con un intérprete y me dijo que sí; que me iba a llevar a casa”.

Armando dejó Wyalusing y se mudó a su nuevo hogar de Madison con Dennis y Nancy Maloney el 13 de diciembre de 1980. Era el día en que cumplía 18 años.

Armando Rodriguez eating birthday cake for the first time at age 18
Armando Rodriguez el día de su cumpleaños de 18 en la casa de los Maloney, disfrutando del primer pastel de cumpleaños de su vida. Fotografía cortesía de Armando Rodriguez

Armando vivió con sus patrocinadores por cerca de dos años y medio. Dice que fueron sus mejores años en los EE. UU.

“Estaba 100 por ciento bien con ellos. Estaba inscrito en Madison Memorial, donde jugaba fútbol para el equipo”, dice Armando. “Estaba bien, pero seguía esperando más. Me sentía solo; era el único cubano allí”.

Fue alrededor de esa época cuando Armando dice que empezó a meterse en problemas. Estaba pasando tiempo con otros cubanos de la zona, pero dice que no todos iban a la escuela. Cometían pequeños hurtos tales como robar automóviles. 

“Luego, mi padre patrocinador me vino a buscar un día y todos los cubanos estaban contentos porque lo conocían. Me miró y se dio cuenta de inmediato de que la situación no era exactamente buena. Me trajo todas mis cosas de fútbol. Quería que me concentrara en el fútbol. Pero no se daba cuenta de que yo ya estaba del otro lado. Eso me dolió”, recuerda. 

Armando Rodriguez
Armando Rodriguez el viernes 26 de agosto en el Reindahl Park de Madison. Angela Major/WPR

Hoy en día, Armando tiene 50 y pico de años. Trabaja en Madison y tiene una hija. Pero aún ahora, décadas después, puedes ver el arrepentimiento y la tristeza en sus ojos cuando habla de lo que pasó.   

“Si pudiera cambiar algo de mi pasado, sería terminar la secundaria en Madison. No pensábamos acerca de ‘salir adelante’. No hablábamos sobre eso tampoco. Todos nos olvidamos de nuestros patrocinadores y también queríamos alejarnos de la situación en Cuba”, dice.

Trató de arreglar las cosas con sus patrocinadores. Desafortunadamente, solo pudo reparar la relación con uno de ellos: Nancy. Dennis falleció en un accidente en 2007. Cuando eso ocurrió, Armando se comunicó con Nancy y hablaron los dos por horas, dice, y le pidió que lo perdonara. ​

Marcos Calderón: ‘Teníamos un grupo de personas… eso es lo que nos mantenía avanzando’

Marcos Calderón vive La Crosse. Es amigo íntimo de Ernesto Rodriguez y Rodosvaldo Pozo. Todos eran prácticamente hermanos, y todos habían venido a los EE. UU. como parte de éxodo de Mariel de 1980 y habían estado en Fort McCoy. 

A los tres amigos les gusta tocar música en el living de Erne y Pozo. Las paredes reflejan la vida de dos hombres que viven entre dos mundos: fotografías de familia y arte cubano, y una gran bandera de Miller Lite/los Packers.

Calderón nació en 1957 y creció en La Habana, Cuba. Viene de un vecindario vibrante y turístico denominado Vedado

A principio de los 1960, La Habana era el epicentro de la cultura, dice Granados. Había música, vida nocturna y casinos. 

“Cuando yo era chico, en mi zona, era prácticamente como estar en Las Vegas. Ya sabes, en esa época, había distintos idiomas, la gente caminaba por ahí haciendo lo suyo”, dice Calderón.

Cuban refugees play music in Pozo and Rodriguez's living room
Rodosvaldo Pozoand Marcos Calderón play music in La Crosse, Wisconsin, in April 2021. Angela Major/WPR

De niño, a Calderón le gustaba nadar en el mar y jugar a las canicas con sus amigos. Cuando tenía más o menos 12 años, le pagaban por lavar y aparcar automóviles frente al lujoso Hotel Capri.

Con esa tarea inició para Calderón un amor por los vehículos para toda la vida.

Tuvo una infancia muy diferente que las de Pozo y Erne, que habían hecho servicio militar en Cuba y habían estado en la cárcel allí. Calderón no hizo el servicio militar debido a una lesión en la pierna y nunca estuvo en la cárcel en Cuba. 

Pero, al igual que sus amigos, no había sido un admirador del gobierno cubano durante la revolución. Quería conducir más automóviles, viajar y conocer el mundo. Y eso no era lo que la revolución esperaba de él.   

“No podías salir del país para viajar a ningún lado”, dice Calderón. “Cuando Castro y los comunistas tomaron el poder, Cuba se convirtió en una prisión. Eso es lo que quisiera decir sobre ese asunto”. 

Cuando empezó el éxodo de Mariel en 1980, Calderón vio su oportunidad de salir de Cuba. Su madre apoyó su decisión y dijo que él no tendría mucho futuro quedándose en Cuba.

Pero cuando Calderón subió al bote que lo traería a los EE. UU., se le rompía el corazón.

Uprooted
Marcos Calderón toca música con sus amigos y compañeros del éxodo de Mariel en La Crosse, Wisconsin, en abril de 2021. Angela Major/WPR

“Lo único que podía pensar era, ‘¿Cuándo voy a volver a ver a mi familia? … ¿Cómo va a ser mi nueva vida? Y era muy triste. Hoy en día, sigue siendo triste”, dice con lágrimas en los ojos.

Calderón llegó a Key West, Florida, el día en que cumplía 23 años. Cuando llegó a las costas de Florida, estaba quebrantado por haber tenido que dejar su vida anterior. 

Poco después de que llegara a Florida, lo enviaron a Fort McCoy.

Eso es algo de lo que Calderón no habla demasiado. Hay mucho que no menciona de lo que ocurrió en el campo en los 25 días durante los que estuvo allí.

Conoció enseguida a una familia de granjeros que trabajaban en el salón comedor de Fort McCoy y esa familia terminó patrocinándolo.

“Eran una hermosa familia”, dice. “Hablábamos, ¿sabes?; sé un poco de inglés; no lo suficiente como para defenderme, pero sí como para entender lo que me decían”, dice.

La familia no sabía español, pero la mamá compró un diccionario para intentar comunicarse con Calderón y los otros refugiados que patrocinaban. También produjeron su propio lenguaje de señas y hacían dibujos para comunicarse unos con otros.

Calderón dice que ayudó a 17 refugiados a encontrar patrocinadores después de que saliera de Fort McCoy.  ​

A la larga, Calderón se fue a vivir solo y necesitaba trabajo. En Cuba, había estudiado ingeniería eléctrica. Pero estudiar le resultaba muy difícil en los EE. UU., ya que tenía tantas dificultades para escribir en inglés. 

Los institutos técnicos de Wisconsin ofrecían a los refugiados clases de inglés y clases para aprender a buscar trabajo, dice Granados. Pero no eran tantos los refugiados que las tomaban sistemáticamente. Además, dice Granados, tomar clases de inglés no garantizaba conseguir trabajo.

En el caso de Calderón, la lucha con el idioma y las clases implicó que ya no regresaría a sus estudios de ingeniería. En lugar de ello, buscó otros trabajos. Trabajó en un banco de alimentos en Minnesota por más de 10 años. Y su carrera siempre incluyó uno de sus primeros amores: automóviles.

Marcos Calderón, Rodosvaldo Pozo and Ernesto Rodriguez
Marcos Calderón, Rodosvaldo Pozo y Ernesto Rodriguez en La Crosse, Wisconsin, en abril de 2021. Angela Major/WPR

“Conduje muchos tipos de vehículos por trabajo. Conduje transportes para personas con discapacidades, autobuses, furgonetas, limusinas, taxis, autobuses metropolitanos… Luego, me mudé a Tomah y por fin conseguí un trabajo como camionero también”, dice.

Su trabajo preferido era conducir para personas con discapacidades.

“Esas personas querían salir de su casa. Querían encontrarse con otra gente. Querían ir a trabajar. Apenas les pagaban. Y esto era como algo recreativo para ellos: salir y hacer algo diferente”, dice Calderón.

“No se compadecían de sí mismos. Pensaban, ‘Todavía estoy vivo. Así que voy a ir para adelante y hacer tanto como pueda”, añade. “A veces, en algún lugar, sentía que estaba con ellos”.

Pero Calderón ya no conduce por trabajo. Le diagnosticaron cáncer óseo hace unos años, y sus médicos no quieren que trabaje.

“Sobrevivo. Rezo todos los días. Tenemos un grupo de gente; amigos. Y eso es lo que te hace seguir”, dice.

La comunidad cubana de La Crosse —los amigos y familia de elección de Calderón— le brindan apoyo.

Y tocar música ayuda muchísimo. Las sesiones de música en el living significan mucho para Marcos, Pozo y Erne. 

Han pasado tantas cosas juntos. Crecer en Cuba durante la revolución, sobrevivir un viaje en bote muy traicionero para atravesar el estrecho de Florida, esperar por patrocinadores en Fort McCoy, ser cubanos y negros en comunidades estadounidense predominantemente blancas, buscar trabajo — que a veces era difícil — y formar una familia.

Ernesto Rodriguez and Rodosvaldo Pozo playing music in their home
Ernesto Rodriguez y Rodosvaldo Pozo tocan música en su living en La Crosse, Wisconsin. Angela Major/WPR

La vida no siempre ha sido fácil. La gran mayoría de sus compatriotas cubanos se fueron de la zona después de salir de Fort McCoy. ¿Por qué ellos se quedaron, entonces?

Algunos, como Erne, tenían estupendos patrocinadores que se convirtieron en su familia. Se enamoró, tuvo hijos y encontró un empleo.

Calderón encontró trabajo y una familia en Wisconsin también. Pero su razón para quedarse fue parte de un plan más amplio.

“Con toda honestidad, no quería en realidad estar en Miami, California ni ninguno de esos lugares donde la gente habla en español. Quería estar en un lugar donde pudiera aprender el idioma en mi camino”, dice Calderón. 

Calderón era resiliente. Estaba siempre creciendo. No quería una salida fácil; estaba tratando de salir adelante. Ese es el instinto esencial de ser un migrante, dice Granados. 

“Sí tenía un sueño de venir a este país y de ir más o menos a todos lados del mundo entero. Ese sueño todavía está pendiente, ¿sabes?”, dice Calderón.

Y, a veces, perseguir un sueño tan desesperadamente llevó a los refugiados a tomar decisiones que los han atormentado más adelante en su vida.

En el próximo episodio de “Uprooted”: drogas, tiempo de cárcel y el intento de matar a un famoso asesino en serie de Wisconsin.

Nota del editor: Alyssa Allemand de WPR contribuyó a este reportaje.

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